Una fe basada en la Palabra no vacila

“Pero pida con fe, no dudando nada, porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor” (Santiago 1:6-7).

No hay nada como una fe voluble que inquiete y aceche nuestras almas. Quienes tienen una fe así, un día creen en el amor de Dios y al día siguiente desconfían de él. Suben la colina de la alegría muy rápido y pronto vuelven a bajar al valle de la muerte. Si un turista sale un día hacia un destino, pero al día siguiente regresa a su punto de partida, significa que no llegará a ningún lado. Del mismo modo, un alma vacilante jamás podrá llegar a donde Dios la quiere llevar.

Seguramente, muchos piensan que Dios es el que hace que nuestra relación con Él sea variable. No obstante, cuando el Señor nos inquieta, es porque quiere pasarnos por un proceso de bendición, que nace de Su amor, y que nos llevará a la paz y la estabilidad. Muy por el contrario, la vacilación causada por la falta de fe es seguida por la confusión y, finalmente, por una duda dañina que lastima nuestra confianza en el amor de Dios. Y quiero hacer énfasis en esto. No recibimos el amor de Dios porque seamos buenos. La fe no nace de nuestra justicia, sino de Su bondad. Por eso, solo tenemos que esperar en la perfección de Dios y no en la nuestra. La desconfianza que surge en nuestra relación con el Señor tiene que ver con las malas experiencias que vivimos en nuestras relaciones terrenales. Sin embargo, la verdad es que en Su perfecto amor no caben las dudas ni el temor.

La desconfianza y la confianza no pueden coexistir

Así como una vida estable está directamente asociada con la fe, la vida espiritual inestable está asociada a la desconfianza. Esta es una regla que no se puede ignorar ni evadir.

El motivo de una esperanza vacilante no es el pecado, sino la falta de fe que tenemos en nuestro interior. La fe es la única puerta para entrar al reino de Dios y no hay otra manera. Esto es porque la salvación no es un objeto que se pueda comprar con dinero, ni algo que se pueda alcanzar con el esfuerzo humano como si se tratara de la cima de una montaña. Es un regalo que simplemente decidimos recibir, pero que se nos entrega exclusivamente a través de la fe.

Cuando Jesús dijo: “Conforme a vuestra fe os sea hecho” (Mateo 9:29), se refería precisamente a eso; y cuanto más rápido comprendamos esa verdad, en esa misma medida mejorará nuestra vida de fe. Con esto quiero decir que la duda surge por no creer en esta regla. Por eso, aunque en una primera instancia afirmamos entender la Palabra, no aceptamos su verdadero significado y pensamos que debe haber algo más detrás de su explicación, al punto que lo que interpretamos del pasaje es que las cosas se darán conforme a nuestros esfuerzos, peticiones o condiciones. Y esta confusión llega a ser tan fuerte, que llegamos a pensar que nuestras creencias están por encima de la verdad de la Palabra.

Lo más inconstante en este mundo son las emociones del hombre. De hecho, nuestras ideas sobre el valor de nuestra existencia y la fe en Jesucristo cambian a cada rato. Por eso, una persona que viva su relación con Dios basándose en las emociones, pude llegar a rechazar la fidelidad y la verdad de la Palabra, según su estado emocional. Por lo tanto, la mejor manera de vencer la duda cada vez que surja es confrontándola con la convicción que tenemos en la Palabra, la cual es mucho más confiable que nuestras emociones.

El pecado de la gente nunca fue una limitante para que Jesús obrara milagrosamente en la vida de las personas, mientras estuvo aquí en la tierra. Sin embargo, la falta de fe sí fue un obstáculo. Esto aplica a nosotros hoy en día. Por eso, Santiago afirmó: “No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor” (Santiago 1:7). Esto no lo dijo Dios para expresar Su disgusto contra aquellos que desconfiaban de Él, sino para expresar que la desconfianza y la fe no pueden coexistir ni en las relaciones terrenales ni en las espirituales.

Aferrarnos a la fe, incluso cuando nos decepcionamos de nosotros mismos

La manera más efectiva de eliminar la falta de fe es presentarla ante Dios. O sea, mostrarle con honestidad la parte de nuestro corazón que desconfía y contarle todos nuestros problemas. Luego, debemos recordar que Él es quien nos da el poder para creer. Entonces, mientras luchamos para vencer los argumentos que nos hacen dudar, Dios se encargará de dotarnos con la fe necesaria para cada día, a través de Su Espíritu. Recordemos que la duda es uno de los principales objetivos del enemigo y que no proviene de Dios.

Si comenzó su caminar de fe decidido a creer en todas las promesas y pactos de Dios, entonces aférrese a esas verdades hasta el fin y sin vacilar.

Las emociones del hombre son sumamente inconstantes. Por lo tanto, una fe basada en los estados emocionales tenderá a vacilar.

En cambio, la Palabra de Dios es inmutable. Por eso, una fe basada en la Palabra también es inmutable.

Con Dios no existe un punto medio, porque Su Palabra es verdad y Él es inmutable. Por eso, no debemos vacilar ante las situaciones dificiles ni ante el sufrimiento que provoca nuestro propio pecado. Si descubre un pecado, piense en 1 Juan 1:9 y siga estos pasos: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”. Luego, crea en que Dios lo purificó de toda maldad. Aunque se trate de un pecado grave, si lo confesamos como lo indica el pasaje, nada puede separarnos de Dios. En cambio, si permitimos que el pecado sacuda nuestra fe, estaremos haciendo más pesada la carga que ya llevamos. Por ende, aférrese firmemente a la Palabra de Dios con fe, aun cuando se sienta vacilar por el pecado. 

Decida creer porque Dios lo dijo y no porque lo haya visto con sus propios ojos o porque lo haya sentido. Decida creer, aunque se sienta confundido(a). Decida, creer en la oscuridad y en la luz. Proteja su fe activa y firmemente, tanto en la paz como en la aflicción. Solo así desaparecerá la desconfianza y la incertidumbre. “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Corintios 15:58).

Por más que sea un pecado grave, confiéselo e, inmediatamente, aférrese con firmeza a la Palabra de Dios. Si elige conservar la fe, ya sea en la oscuridad o en la luz, se desvanecerá la duda.

Tomado de Dios de todo consuelo de Hannah Whitall Smith.

Derechos de autor ©1997 por Whitaker House.

(Los devocionales que te ayudarán a profundizar en tu relación con Dios están aquí)

Hannah Whitall Smith.

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